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Cada roce de piel encendía una llama insaciable de deseo.
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La complicidad entre la amiga y su compañero se fortalecía en el cuarto íntimo y acogedor del apartamento.
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La amiga lo atrapó con su dulzura y lo invitó a un juego tentador en el apartamento, prometiéndole no detenerse hasta que él quedara completamente satisfecho.
El juego de seducción entre ellos era como una llama que no podía ser apagada.
En el apartamento, se miraron con una intensidad que dejaba claro que ninguno de los dos quería detenerse hasta que el otro alcanzara el clímax.
El chico se sentía abrumado por las curvas de la pechugona y no podía dejar de mirarla.